El blanco se extendía ante sus ojos. Era el color del folio que tenía entre sus manos, sentada a la mesa del cuarto donde solía recluirse cuando dejaba volar su imaginación para plasmarla en el papel. Pero esta vez era diferente. No eran sueños lo que reflejarían sus palabras.
A Laura le gustaba escribir. Como hobby. Pequeños relatos en los que fantasear libremente constituían su mejor terapia para contrarrestar la dureza que la acompañaba cada día en el hospital. Adoraba su trabajo, pero en la planta de oncología pediátrica no siempre reinaban los finales felices, y exorcizaba los demonios con los que regresaba a casa inventando coloridas historias cargadas de optimismo.
Hoy no. No quería eso. Hoy se enfrentaba al papel en blanco con la intención de formular las palabras mágicas que despertaran el brillo en los ojos de Carlota, una pequeña de siete años llegada recientemente a su planta que reflejaba la derrota en su inmaculado rostro infantil.
Carlota no quería luchar. Encerrada en su mundo de sombras, Laura todavía no la había visto sonreír. La leucemia era el monstruo que se había apoderado de ella, y parecía resignada a perder la batalla. Aguantaba estoicamente las sesiones de quimioterapia y los pinchazos sin pronunciar una sola queja.
Laura sentía debilidad por Carlota, una muñeca de enormes ojos azules que en su día lució una melena rubia donde ahora solo quedaba piel desnuda.
Quería alejar la tristeza que proyectaba su mirada y devolverle la infancia que la enfermedad le estaba arrebatando.
Con estos pensamientos resonando en su mente, Laura comenzó a escribir una historia que regalar a Carlota con el deseo de que sus palabras, encerradas en aquel cuento, consiguieran llevar luz al mundo de Carlota.
Había cuidado con esmero su presentación, con cartulinas de colores y unas preciosas ilustraciones acompañando al texto. Se acercó a la habitación de Carlota después de haber conversado con los padres y contar con su permiso para hacerle aquel regalo.
- ¡Hola, Carlota! ¿Sabes que te has llevado el premio a la más valiente de toda la planta? Has ganado con el voto de todas las batas blancas y verdes, ¿qué te parece? Aquí tengo tu premio…es un cuento, espero que te guste. Voy a llamar a mamá para que lo leáis juntas.
- Muchas gracias – fue todo lo que salió de sus labios, sin que su entonación dejara entrever algún atisbo de emoción.
Los días transcurrían en el hospital con el mismo ritmo frenético de siempre, y Laura seguía sin ver una sonrisa dibujada en la cara de Carlota.
Después de aquella jornada agotadora, Laura abría desmoralizada la puerta de casa, arrastrando la sensación de fracaso. No había puesto aún los dos pies dentro cuando una pequeña bola de pelo se abalanzó sobre sus piernas entre chillidos y saltos. Bruck, un cachorro de labrador de tres meses había llegado a su vida para ponerla patas arriba y llenarla de pelos… ¡lo mismo que su casa!
El apartamento era un pequeño caos, pero la felicidad que mostraba Bruck cada vez que abría la puerta, aunque solo fuera porque había olvidado la cartera, conseguía alejar todas sus sombras y hacerla sonreír de manera espontánea. Ya se enfadaría después, cuando descubriera algún destrozo o los “regalos” que Bruck iba dejando distribuidos por el apartamento.
“Sonrisa espontánea...” “alejar todas sus sombras…”
Aquellas palabras resonaban en la cabeza de Laura. ¡Cómo no lo había pensado antes!
Su mente bullía al tiempo que le daba forma a la idea que pretendía poner en práctica. Hablaría con la gerencia del hospital para conseguir el permiso que necesitaba para realizar una prueba piloto que constituiría el germen de su proyecto. Lo tenía decidido: Carlota sería la protagonista de ese proyecto.
“Alejar sombras….sonrisa espontánea…”. Aquellas palabras se repetían en bucle en su cabeza.
Y llegó el día. Aquella mañana Bruck no esperaría el regreso de Laura ocupando el tiempo con sus travesuras alternadas con ratos de sueño que acortaran la espera. Enroscado en su manta observaba cómo Laura seguía la misma rutina de siempre hasta el momento de coger su maletín, las llaves y despedirse. Pero hoy la despedida era sustituida por un silbido cantarín que anunciaba que había que ponerse la correa para salir a la calle. Bruck acompañaba a Laura al trabajo con un continuo vaivén de la cola al tiempo que trataba de descifrar los acertijos olfativos que la calle le brindaba a su paso.
Recorrieron los pasillos del hospital entre halagos y caricias del personal y los continuos “pórtate bien” que Laura pronunciaba una vez tras otra. Se detuvieron frente a una puerta cerrada. Al otro lado esperaba Carlota.
Laura sentía latir su corazón más deprisa. Había apostado mucho por este momento, y la expectación y los nervios configuraban un binomio indisoluble que danzaba en torno a ella.
- Bruck, este es un momento muy especial. Voy a presentarte a una personita a la que vas a querer mucho. Estoy segura de ello. Así que vamos, toca jugar.
Laura abrió la puerta. Soltó la correa de Bruck, que se dirigió entusiasmado a las piernas de Carlota. Laura tenía la mirada fija en el rostro de la pequeña, y pudo ver el brillo en sus ojos y una sonrisa dibujándose en su cara. La sonrisa de Carlota. Embargada por la emoción, hizo las presentaciones.
- Carlota, te presento a Bruck, tu nuevo compañero mientras permanezcas en el hospital. Vendrá cada día para estar contigo; ahora forma parte de tu equipo médico – le dijo al tiempo que le guiñaba un ojo.
Creyó escuchar una exclamación ahogada envuelta entre las risas que llenaban la habitación. Laura pensó que aquel sencillo momento significaba todo, y pudo ver la ilusión infantil desprovista de sombras.
Aquí comenzaba su proyecto de terapia con perros para niños ingresados en la planta oncológica.
Carlota superó el cáncer. Y fue la primera de muchos niños que pusieron luz en su mundo de sombras gracias a la presencia de un animal.
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