Una calurosa mañana de julio, Lara se disponía a coger un vuelo con destino a Pisa. Su mirada desprendía ilusión; y es que, una vez despegase de Madrid, pondría rumbo a las vacaciones en Italia que llevaba ansiando desde hacía tiempo. Necesitaba alejarse una temporada del entorno que tanto daño le había hecho, y qué mejor lugar que aquel país para poner distancia.
Tras un corto vuelo, apenas dos horas, aterrizó en el aeropuerto Galileo Galilei. Recogió su maleta y se dirigió hacia la estación de tren, con una sonrisa dibujada en su rostro. Próxima parada: Piombino
El trayecto hasta la ciudad portuaria no se le hizo demasiado largo, ya que contaba con la compañía de la música. Sus ojos, fijos en la ventana, recorrieron todos y cada uno de los paisajes que desfilaban a su paso. “Es tan maravilloso”-pensó.
Cuando llegó a Piombino, Lara se apresuró para coger un sitio en la parte descubierta del ferry; quería sentir cómo la brisa le rozaba las mejillas y disfrutar de las vistas que la isla prometía.
-¡Mónica! – exclamó, una vez alcanzó tierra firme. Ambas hermanas se fundieron en un gran abrazo. Llevaban desde principios de año sin verse y, tras vivir una etapa un tanto complicada, Lara necesitaba todo su cariño. Lo que la joven no sabía era que, tras esa sonrisa, Mónica también escondía sufrimiento. “Las cosas no siempre son lo que parecen”.
-Tengo tu cuarto ya preparado. Dejamos el equipaje en casa y salimos a dar una vuelta. ¡Voy a llevarte a cenar a la mejor pizzería!
Lara no respondió con palabras. El brillo en sus ojos reflejaba la emoción que la embargaba y un profundo suspiro fue todo lo que se escuchó de sus labios.
El paseo por la isla antes de cenar sirvió a las hermanas para ponerse al día sobre cuestiones cotidianas, pero evitaban adentrarse en aspectos más personales, convirtiendo a la isla en protagonista de la conversación antes que a ellas mismas.
Lara sentía curiosidad por conocer a Marco, ese chico del que Mónica no dejaba de hablar desde que coincidieron en aquella cafetería. “Su príncipe azul”, le decía; pero ahora apenas unos monosílabos daban respuesta a las preguntas que Lara hacía sobre la relación.
Llegaron a la pizzería, donde Marco ya esperaba sentado a la mesa. Por fin conocería al chico que había robado el corazón de su hermana. Lo que no sabía era que con el corazón también le había robado la alegría, la espontaneidad. Mónica se hacía pequeñita a su lado, casi invisible. ¿Dónde estaban su sentido del humor y su carácter extrovertido? Siempre había llamado la atención, tan bonita y con esa dulce sonrisa que la hacía brillar.
Lara percibió una Mónica diferente ahora que estaba con Marco. ¿Qué sucedía para que su hermana quisiera “pintarse de gris”?- Así fue como describió la sensación que le produjo la forma de actuar de Mónica.
Mientras conversaban, Lara no dejaba de fijarse en cada gesto, de analizar cada detalle. La soledad que la había envuelto este último año la convirtió en una experta en observar a las personas desde la distancia y estudiar sus reacciones. Esa misma soledad que la había empujado a alejarse de su entorno y buscar refugio en su hermana. ¿Qué culpa tenía ella de gustarle a Alberto? Patricia no se lo había perdonado, la envidia y los celos fueron más fuertes que su amistad, y se encargó de aislarla de todo el mundo. Cuántas mentiras fue capaz de inventar, y qué capacidad para difundirlas. Lara comprendió que aquello no era amistad, pero qué difícil era sentirse tan sola. Y ahora que había venido buscando el apoyo de su hermana, sabía que algo fallaba.
Marco era simpático, le caía bien, pero aquella Mónica que descubrió a su lado hizo que no dejara de observarle. Gestos sutiles que pasarían desapercibidos ante otros ojos no lo hicieron para los de Lara. Y recordó aquella charla en el instituto. Las palabras de Natalia resonaron en su cabeza. Una joven contando su experiencia, las señales silenciosas para las que siempre encontraba una justificación; y la única que de verdad las explicaba era el maltrato psicológico al que se estaba viendo sometida.
Y reconoció a Mónica en esas palabras. Y la sospecha de que su hermana fuera otra Natalia la invadió de tal modo que sintió que le faltaba el aire.
No necesitaba confirmarlo, necesitaba rescatar a su hermana y devolverle lo que Marco le estaba arrebatando; tirar de su mano y salir corriendo de allí.
Lara no olvidaría nunca los paseos por la playa escuchando a Mónica, incapaz de entender cómo era posible que aquella chica brillante y segura de sí misma se hubiera dejado anular de ese modo, permitiendo que el miedo gobernara cada uno de sus actos. La envolvió en un abrazo de ternura en el que cobijarse, convirtiéndose en el pilar sólido sobre el que su hermana mayor pudiera apoyarse. Y volvió a recordar las palabras de Natalia: “Hay sonrisas que están apuntaladas por lágrimas que disfrazan la realidad”.
Andrea Nevado Bustillo.
Precioso Andrea.
ResponderEliminarPrecioso,muy bien hecho Andrea
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