“¡No estoy loco! Simplemente mi realidad es diferente a la tuya”,
grité como lo hizo el Sombrero loco en Alicia en el País de las
Maravillas. Grité porque necesitaba desahogarme. Grité para
concienciarme de que no era alguien perfecto a los ojos de todo el
mundo, por el simple hecho de que es imposible. Grité porque tenía
miedo, miedo de no encajar. Luego me di cuenta de que huir sin
enfrentar lo que más me aterraba no servía, que me convertía en un
cobarde. Pensé que debía cambiar, al principio para agradar al
resto, más tarde me dije que esa era la tontería más grande que
había salido de mi boca. Decidí salir y cortarme ese flequillo. Ese
en el que llevo tantos años ocultándome. Ese que aunque suene a
estupidez se había convertido en mi escudo y mi fortaleza. Pensé
que ya no lo iba a utilizar más, me iba a comer el mundo y no estaba
en mis planes que una mata de pelo se interpusiera en ello. Después
decidí cambiar mi ropa. Ya no quería llevar esa ropa tan colorida.
Ya no quería que a mi mente vinieran memorias, que aunque la mayoría
eran bonitas prefería dejarlas en el pasado. El color por el que me
decanté fue el negro, no porque era triste o porque lo amara,
simplemente porque pensé que con ese oscuro color todo lo de mí
alrededor brillaría con más intensidad. Lo siguiente fueron las
gafas, digamos que con ellas mi mundo cambió. Ellas fueron el
detonante de este pequeño cambio para vosotros pero enorme e
impensable para mí. Por ultimo decidí cambiar lo que nadie ve, mi
interior, y con ello mi forma de pensar. Me dije que no estaba mal
pensar en negativo, que tampoco estaba mal decir lo que sentía. Que
podía cumplir esos malditos sueños infantiles por muy platónicos
que fueran. Hablando de sueños platónicos, ¿qué me iba a impedir
triunfar ahora?, si los únicos que nos ponemos obstáculos somos
nosotros mismos y yo, en estos momentos, había hecho una tregua con
mi subconsciente para que no fastidiara, puede que eso me costara
algún que otro helado pero valía la pena. Decidí actuar natural,
sin esconder mi personalidad por muy explosiva que pudiera ser
algunas veces, llorar cuando estuviera triste y pedir ayuda cuando
esas arenas movedizas a las que llamamos sociedad estuvieran a punto
de tragarme. Ya no quería ser alguien de fábrica y no quería
seguir un patrón de gustos. Ahora quería ser feliz y para eso
necesitaba dejar de esconderme y ser yo. Entonces volví a gritar,
pero esta vez la frase que se convertiría en mi lema de vida, grite
por mí, grite por las cosas que había superado, grite por las que
tendría que superar en el futuro y grite, otra vez, como lo hizo en
sombrerero loco en ese mundo de fantasía creado por Lewis Carroll:
‘Si la locura es felicidad, ¡me declaro loco!’.
Sara Longobardo Martín, 3º ESO A
La sensibilidad es innata no se aprende y es la cualidad de los grandes artistas como tú. Gracias por compartirla.
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