LA
BIBLIOTECA DE MI INFANCIA
(homenaje
a la biblioteca del Palacio de la Isla).
Por
Francisco A. Morales Camacho
El primer
recuerdo que tengo acerca de las bibliotecas se remonta a mediados de los años
70. Yo era un niño de tan solo 7 u 8 años, no más. Me viene a la cabeza aquel
primer verano en que mi padre me acompañó a un edificio muy antiguo, cercano a
la Plazuela de Santo Domingo, que se llamaba el “Palacio de la Isla”. Aún puedo
sentir el frescor que guardaban sus anchos muros, una temperatura ideal para
esos calurosos veranos cacereños en los que los niños como yo no iban nunca de
vacaciones. Al principio, mi padre me llevaba hasta allí por la mañana,
alrededor de las diez o las once, y más tarde, a mediodía, pasaba a recogerme,
hasta que confiaron en mí para pudiese ir y regresar solo a casa.
Sé que la
memoria es selectiva y uno recuerda la realidad tal y como la ha desarrollado
en su mente, sin que en ocasiones se ajuste a lo vivido; sin embargo, en este
caso, puedo asegurar que las sensaciones que yo sentía durante aquellas mañanas
en el salón de lectura de esta biblioteca permanecen intactas en mí. Allí me
acerqué no solo a las apasionantes novelas de aventuras que tanto me gustaban a
esa edad (La isla del tesoro, Las aventuras de Tom Sawyer, o las de Huckleberry
Finn, Veinte mil leguas de viaje
submarino, Ivanhoe… ) , sino
también a libros a los que yo habitualmente no tenía acceso y que, en aquellos
tiempos sin Internet ni apenas canales de televisión, resultaban del todo
apasionantes: libros de animales, de plantas, libros sobre países y continentes
del mundo, atlas, libros de manualidades (que siempre me llamaban la atención,
si bien era malísimo con los trabajos manuales)… Y descubrí un personaje que me
encandiló de por vida: Tintín. Durante un verano, mi vida cambió vinculada a
las aventuras de este personaje bajito que siempre iba acompañado de un Fox
Terrier de pelo blanco, su inseparable Milú. Y el Capitán Haddock, los
Hernández y Fernández, el Profesor Tornasol… Con Tintín viajé a la luna, al
fondo del lago de los tiburones, a América, al país del oro negro, pasando por
el Tibet. Y tras Tintín fueron otros muchos los personajes que, verano tras
verano, se sumaron a mi larga lista de amigos: Asterix, Los Cinco, Los tres investigadores.
Veranos insuperables, en definitiva, en aquella sala de la biblioteca del
Palacio de la Isla, en la Concepción, en la sala fresca donde se respiraba
mucha paz y se disfrutaba del silencio
lector, sobre todo propiciado por la disciplina impuesta por la bibliotecaria
de gesto severo que miraba por encima de sus gafas tras el mostrador de madera
oscura.
Fue en
1953 cuando la Biblioteca Pública,
procedente del Instituto de Segunda Enseñanza, primera sede que tuvo en
Cáceres, junto a la iglesia de la Preciosa Sangre, se trasladó al Palacio de la Isla, donde compartiría
edificio con el Archivo Histórico Provincial, hasta que en 1983 pasó a ocupar
de forma independiente el edificio actual, junto al Hospital “Virgen de la
Montaña”. El Palacio de la Isla fue
construido en el siglo XVI en estilo renacentista, en el lugar donde
anteriormente se ubicaba la sinagoga de la Judería Nueva. Recibe su nombre
debido a que durante el siglo XVIII sus propietarios ostentaron el título
nobiliario de marqueses de la Isla. En la actualidad, el palacio es propiedad
del Ayuntamiento de Cáceres y se utiliza como
centro cultural y para la realización de diversos actos y exposiciones.
Seguramente
seremos muchas las personas de mi edad o un poco mayores a las que este
artículo les haya traído buenos recuerdos de una vida muy distinta, en la que
teníamos mucho menos que ahora, y en la que los libros hacían felices de verdad
a un niño. Bien podría concluir, emulando a Antonio Machado, diciendo algo así
como que “mi infancia son recuerdos de un patio de biblioteca…”.
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