lunes, 9 de diciembre de 2013

EL ARTÍCULO DEL MES DE DICIEMBRE

El artículo del mes de diciembre está a cargo del departamento de Latín, nunca mejor dicho, ya que ha sido nuestro compañero Sergio Muñoz quien lo ha escrito. Su título es "Apología poco Clásica. ¿Quién decía que el latín y el griego estaban muertos?" Si para los docentes cualquier momento es bueno para reflexionar sobre aquellas materias que deberían tener más peso en los currículos educativos, en el momento actual es casi obligado, ya que el Latín se convierte en asignatura troncal del Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales con la ley aprobada el pasado jueves. La lectura del artículo de Sergio seguro que nos servirá de ayuda. Gema Redondo


"¿Para qué sirve el latín? ¿Y el griego? La inmensa mayoría de los alumnos de secundaria no saben apreciar el sentido de estudiar de dónde proviene nuestra forma de ver y sentir la vida. Y peor que no saber hacerlo es no poder intentarlo. El sistema educativo, empeñado en ser pragmático, hace lo mínimo por el mundo clásico, pero ¿desde cuándo cultivar el saber no fue pragmático? En una sociedad devorada por la obsesión de ver quién sube más rápido y consigue más poder, están desprestigiadas las letras, las mismas que hicieron florecer el Humanismo, unas letras que son inmortales por el simple hecho de ser letras, las mismas que sin ningún motivo lucrativo se necesitan para la formación, evolución y desarrollo de los miembros de la sociedad. Esas son las letras que ahora no interesan, que estándescatalogadasdel gusto educativo.

Sería pedantería empezar una defensa del mundo clásico citando a aquellos científicos que, como Newton, escribieron sus obras en latín. El mundo antiguo no solo es gramática y textos; la visión de los clásicos va mucho más allá de la escasa importancia que se les da ahora. Decir que el latín y el griego no valen para nada, desde una perspectiva económica y pragmática, es completamente cierto, pues para nada le sirve a un alumno de de la ESO estudiarse las declinaciones, pero la importancia de la asignatura radica en su trasfondo cultural y, aún más, en su trasfondo pedagógico. Estudiar latín tiene dos objetivos: uno, ayudar al alumno a desarrollar su capacidad de estructurar y sintetizar la información, además de fomentar la memoria, facultad desdeñada en el sistema actual; y dos, estudiar la cultura clásica porque le sirve al alumno para ser crítico y valorar que todo lo que nos rodea está impregnado con un perenne sabor grecorromano.
Pero, aparte de esto, hay otro aspecto importantísimo que hace que sea necesario estudiar este mundo perdido. La realidad clásica está viva y está entre nosotros. La utilizamos para comunicarnos, al hacer turismo, en el teatro y en el cine. Por poner un ejemplo, conocer la obra de Sófocles o Eurípides, además de comprender que poco hemos cambiado desde el siglo IV a.C., sirve para entender que los recursos de las obras de teatro y películas ya existían en la Antigüedad. La trama, la catarsis, el uso de las sensaciones y sentimientos, como el miedo, la ira, el amor o la pena, que hace implicarnos y nos hace reír, llorar, temblarya lo hacían con gran maestría nuestros tragediógrafos.
El conocimiento del pensamiento y la forma de vida, en la que se forjaron los principios e ideales que rigen nuestro sistema de valores, deben ser necesarios e imprescindibles para nuestros jóvenes, porque fomenta un espíritu crítico apagado por el desinterés que sienten hacia todo lo que les rodea. Una juventud que no lucha por ninguna injusticia, que no se manifiesta por nada que les desagrade, es una juventud destinada al conformismo. Ese espíritu crítico perdido es necesario recuperarlo y puede ser estimulado en clase de lengua, matemáticas o física pero, sobre todo, leyendo obras maestras como Antígona, Persas, Medea, Troyanas, desconocidas para la mayoría pero que reflejan la visión crítica e inconformista que nos caracteriza.
            El mundo clásico no está tan lejano.
Son fácilmente extrapolables, sin ser anacrónicas, ideas y nociones del mundo clásico al actual. De poco vale explicar en clase de matemáticas el teorema de Pitágoras si no se sabe quién era y en qué condiciones tan precarias desarrolló sus ideas; de nada vale explicar en anatomía el talón de Aquiles si no se sabe quién era ese tal Aquiles; de nada vale usar las expresionesse ha abierto la caja de Pandoraova a arder Troyasi se desconoce a la señorita Pandora o no se sabe qué es Troya. En psicología podemos estudiar el complejo de Edipo o el de Electra o el síndrome de Diógenes sin saber quiénes eran, pero mejor sería hacerlo si el alumno pudiera leer algo sobre ellos, comprender sus contextos y las circunstancias particulares que les hicieron actuar de esa manera tan cruel y compasiva al mismo tiempo. Se puede usar el términonarcisistasin saber quién era Narciso y que murió ahogado al ver su reflejo en el agua e intentar besarse y, también, se puede usar la expresiónel curso ha sido una Odiseasin haber leído la obra de Homero, pero en ambos casos perderíamos nuestro referente clásico. Además, se puede tener una visión platónica de la vida, pero darte cuenta un día de que algún hacker ha introducido un troyano en tu ordenador que ha hecho que las fotos que tu cupido se hizo en la plaza de Neptuno en Madrid hayan desaparecido tras celebrar con su compañero de piso disfrazado de Homer Simpson el título de liga en la Cibeles. Llamábamos a Schumacher el káiser, sin saber que deriva de Gayo Julio César, y nos dicen que estamos en la Arcadia si no conocemos al cancerbero del Madrid; pero menos conocido es ese equipo de Soriaeheh¡sí! el Numancia, que también es famoso por ser el poblado que más resistió el ataque romano; o que Hércules que, además de ser otro equipo de segunda, fue el héroe panhelénico por excelencia que representaba el ideal griego y que la tradición lo sitúa como portero del Mediterráneo, pues los antiguos denominaron al peñón de Gibraltar, entrada y salida del mare nostrum, Las Columnas de Hércules, que son emblemas que forman parte de nuestra bandera nacional y que hasta aquel momento junto con Finisterre fueron los límites occidentales de la tierra conocida.

Por otro lado, siguiendo con los pies en la tierra, grandes similitudes tienen nuestros entretenimientos con los antiguos. Así, nuestro domingo futbolero no se aleja demasiado de la jornada en el circo, donde cada uno, según su capacidad económica y status social, veía las carreras desde una cavea u otra más o menos alejada de la arena o del césped, según la época, apostando (como nosotros en la quiniela) al auriga ganador; o también guardan semejanzas el anfiteatro romano con las plazas de toros, donde el espectador podía decidir si la bestia, antes un hombre, ahora un toro, se merecía morir o no. Tampoco es muy lejano el teatro griego a las actuales óperas, donde la música envolvía a un coro de voces tras las intervenciones de los enmascarados actores.
Pero si saltamos fuera de la tierra, los planetas del Sistema Solar, al igual que los meses y los días de la semana, tienen nombre de divinidades romanas, que poseen su correlato en el mundo griego, porque no es lo mismo decir Júpiter que Zeus, Marte que Ares, Venus que Afroditaaunque nos refiramos a la misma identidad olímpica. Pero la visión de las estrellas, donde astrología y astronomía iban cogidas de la mano, fascina igual que antes y saber que el zodiaco interesaba igual que ahora, zodiacos cuyos nombres se identifican con algún episodio mitológico grecorromano concreto, es admitir que las preocupaciones de la vida no han evolucionado mucho.
Y volviendo a la tierra, ponemos a nuestros hijos los nombres de Héctor, Helena, Irene, César o Penélope que tienen un peso titánico en la historia clásica, pero siempre se nos presenta la manzana de la discordia cuando dudamos si su educación debe ser espartana o ateniense.
Y es en esta tierra donde habrá gustos que nunca cambiarán como la dieta mediterránea, estudiada en la actualidad, pero que ya la llevaban a cabo los griegos antiguos, siendo los frutos secos, el aceite de oliva, el pescado y la fruta los elementos básicos de su dietapues no debemos olvidar que alimentos esenciales en nuestra cocina como la patata o el tomate no los conocían. Tampoco ha cambiado el culto al cuerpo que ya se practicaba en los gimnasios del siglo IV a.C. y la satisfacción por el buen vino que ya se tenía en Roma con el cultivo del Falerno. Vivimos en una sociedad donde, como hemos dicho ya, poco hemos cambiado.
Es innegable el interés que podría tener el conocer un poco la lengua griega y latina en estudios como medicina, veterinaria, biología o botánica, de corte puro científico, ya que la nomenclatura técnica o provienen del griego o del latín o simplemente son términos latinos como sucede con los nombres de los animales y plantas. Es innegable la importancia de conocer un poco de mitología para cualquiera que vaya al Museo del Prado y vea, por ejemplo, el momento oportuno en el que Apolo está comunicando a Vulcano que su esposa, Venus, le es infiel con Marte. Es innegable la tradición deportiva del fair play que hemos heredado de los primeros deportistas olímpicos, que dejaban sus disputas cada cuatro años para desarrollar sus disciplinas deportivas con el objetivo de ser reconocidos por los miembros de su sociedad, y donde se entregaba a los ganadores una rama de olivo, sinónimo de paz, en forma de corona, la misma que ahora rodea el escudo de la bandera de la ONU.
Es innegable el interés cultural de las ruinas halladas en los diferentes puntos de la geografía mediterránea que hacen revivir a sus visitantes momentos pasados gloriosos y ver los primeros grafiti de la historia que ensuciaban, como ahora, las paredes de la bien conservada Pompeya; y es fantástico apreciar la Acrópolis ateniense en la actualidad y pensar cómo sería esa piedra policromada, pero cambiaríamos de opinión si supiéramos que fue construida con dinero robado, ¡vamos...! ¡una obra de corrupción que bien pudo estar fraguada en Marbella!
En definitiva, es innegable que el mundo clásico está vivo, porque formamos parte de élsin quererloen el pensamiento, en el deporte, en el arte, en la medicina, en la botánicaen la vida diaria. Parece lejano ese mundo pero no lo está, porque ya lo hemos dicho: ¡no hemos cambiado tanto! Vivir obviando eso es cortar las alas al pensamiento y a la libertad. Querer negar la historia pasadaya no digo la presentees intentar ocultar la realidad que nos ha hecho ser como somos.
El estudiar latín y griego no sólo es estudiar una lengua, es mucho más que eso: es mirar al pasado para comprender el presente, es saber de dónde vienen los principios morales que rigen la conducta actual. No querer saber esto es mirar al horizonte sin saber cuál es el destino. No se debe negar o simplemente dejar al azar o al gusto personal la elección de unas asignaturas importantes para la formación de los jóvenes. Como nadie duda de la importancia de las matemáticas, ciencias o lenguas modernas, aunque haya catedráticos de matemáticas que opinen que el latín no ayuda a alcanzar las competencias básicas, tampoco se debería dudar de la importancia de las asignaturas de latín y griego, que son las asignaturas trasversales más importantes.
Y acabo como he empezado, ¿quién decía que el latín y el griego estaban muertos?"

                                                                                                                       Sergio Muñoz
Bibliografía:           
www.culturaclasica.com               

 

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