TEXTO ELEGIDO Y PROPUESTO POR NUESTRA COMPAÑERA MARI PAZ VALBUENA CRESPO:
EL HEREJE, MIGUEL DELIBES
EL HEREJE, MIGUEL DELIBES
Don Bernardo Salcedo bebió un trago de vino de Rueda. Las vespertinas visitas a su hermano tenían esta ventaja: obsequiaba a los invitados con los mejores vinos del país. Su bodega y su biblioteca, con quinientos cuarenta y tres volúmenes, eran de las más acreditadas de la villa. Y, además de beber buen vino, lo ofrecía en copas del más fino cristal que Gabriela, su cuñada, conservaba tan impolutas como las ropas de sus atuendos que tanto atraían a Modesta y Minervina. Era, el de don Ignacio, el matrimonio sin hijos mejor asentado y relacionado en la villa vallisoletana. Y aunque don Bernardo se permitía a veces alguna broma a cuenta de la religiosidad de su hermano, y a pesar de ser ocho años más viejo que él, sentía por su persona y opiniones un respeto físico, especulativo y profundo. De ahí que, cada vez que las circunstancias les conducían a enfrentarse, don Bernardo nunca encontraba a mano otra argumentación oportuna que la de la experiencia o la edad.
Así ocurrió, por ejemplo, dos meses después de la conversación sobre la Reforma protestante, cuando un don Ignacio Salcedo, fuera de sí, salió a su encuentro y le recibió con una frase retorcida, críptica, cuyo sentido se le escapaba, pero que, a juzgar por sus ademanes y el tono de voz, envolvía una acre censura:
- Valladolid se divierte y Bernardo Salcedo paga. ¿Qué te parece esa frasecita que oigo a diario por todas partes?
Don Bernardo le miró con desconfianza, levemente arrebolado:
- ¿Qué te pasa? ¿Estás excitado? ¿Qué demonios quieres decir con eso?
A don Ignacio le había bajado el color y le temblaban las manos y el anillo de casado. Qué él recordase nunca sus diferencias habían llegado a tanto:
- Que tu querida te engaña a ti y a la ciudad entera. Todo el mundo está en lenguas en cuanta de esa moza de fortuna.
Don Bernardo pareció despertar de pronto:
- Al primero no le hubiera dicho otra cosa, créeme Bernardo.
No somos tú ni yo los que estamos en juego sino nuestro apellido.
-¿Y de dónde han salido esos rumores mendaces?
-En Chancillería no hay rumores, Bernardo. Lo que Chancillería dice va a misa. ¿Por qué no pruebas de visitar a deshora a la pelandusca? Únicamente después de haber comprobado lo que te digo me avendría a seguir discutiendo contigo de tan turbio asunto.
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