Beatriz
Osés hablaba con los ojos achinados, medio cerrados; hablaba con los ojos
llenos de brillo, que es como hablan los que disfrutan con lo que dicen, los
que hablan apasionadamente; hablaba con una voz tenue, iniciando sus frases con
un “mirad”, y nosotros mirábamos y
las palabras, que eran sonidos, se convertían en imágenes (un castillo, un
puente, una vieja estación de ferrocarril); hablaba y lo hacía con las manos, y
las movía como si acariciara las palabras que desde la tenue voz se iban
alzando para convertirse en castillos, en puentes, en viejas estaciones
abandonadas.
Beatriz
Osés escuchaba también, y se aprendía nuestros nombres y nos decía que lo
que decíamos era muy interesante, y al rato volvía a decir, de nuevo nuestros
nombres, y acertaba, los sabía, como si nos conociera desde hace mucho, desde
que empezamos a correr con la bicicleta acompañando a Víctor y a Marta.
Y es que nosotros, sin saberlo, nos hemos hecho Cuentanubes. Todos los de la clase. Y
contando mil, hemos pasado el primer trámite para entrar en el juego. Y así
hemos contado más de mil nubes, que son más de mil palabras, que ella, Beatriz, ha empujado con sus manos, con
su voz, con sus ojos, y se han paseado por nuestras mentes. Y así, el catorce
de febrero nos hicimos enamorados de la literatura, por Beatriz, por sus manos, por sus ojos, por su voz.
Gracias Beatriz,
Beatriz Osés.
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