La mejor Nochebuena
La economía familiar había recibido un duro golpe. El negocio
de mi padre había quebrado, casi no había trabajo y el país estaba al borde de
la quiebra. Aquel año teníamos un árbol de Navidad, pero no teníamos regalos.
Sencillamente, no podíamos permitírnoslo. En Nochebuena todos nos fuimos a la
cama con los ánimos bastante bajos.
Pero lo increíble fue que, al despertarnos la mañana de
Navidad, nos encontramos con un montón de regalos bajo el árbol. Intentamos
mantener la calma durante el desayuno, pero acabamos con él en tiempo récord.
Entonces comenzó la diversión. La primera fue mi madre. Todos
la rodeamos llenos de curiosidad y, cuando abrió su paquete, vimos que le
habían regalado un viejo chal que “había perdido” hacía ya muchos meses. A mi
padre le tocó un hacha con el mango roto. A mi hermana, sus viejas zapatillas
de andar por casa. Uno de los chicos recibió unos pantalones remendados y
arrugados. A mí me tocó un sombrero, el que yo creía haberme dejado en un
restaurante, allá por el mes de noviembre. Cada una de aquellas cosas
desechadas representó una total sorpresa. Al poco rato nos entró tal ataque de
risa que apenas podíamos desatar el lazo del siguiente paquete. Pero ¿de dónde
procedía tanta generosidad? Todo había sido obra de mi hermano Morris. Durante
muchos meses había estado escondiendo en secreto cosas viejas que él sabía que
no echaríamos de menos. Entonces, en Nochebuena, después de que todos nos
hubiésemos ido a la cama, había envuelto los regalos y, silenciosamente, los
había colocado bajo el árbol.
Recuerdo aquella Navidad como una de las más bonitas de mi
vida.
Paul Auster, Creía que
mi padre era Dios, 2002
EL CLÁSICO CONTEMPORÁNEO DEL MES: DICIEMBRE DE 2012.
PROGRAMA DE FOMENTO DE LA LECTURA. BIBLIOTECA.
IES “AL-QÁZERES”
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