En la planta baja del edificio principal, las baldosas, frías e inmutables, se han apartado para dejar paso a las incipientes raíces de un árbol.
Sus ramas finas se extienden a lo lejos, abarcando cada vez más espacio, y de ellas, atados con hilos blancos, cuelgan delicados corazones de barro.
El árbol está rodeado por su propia atmósfera, donde la quietud se mezcla con belleza etérea que consigue atrapar a todo el que por allí pasa, animándolo a acercarse y a observar el árbol con detenimiento. De esta forma, es posible apreciar detalles que se nos escapan a simple vista: como la naturalidad de las flores que brotan justo desde los ventrículos de uno de ellos o las cadenas tensas que contienen a la piel latente de otro o la sencillez implícita en las formas del corazón.
Estos corazones metafóricos nos muestran que la fragilidad convive con la dureza en un equilibrio perfecto, y que el más mínimo tambaleo puede romper las cuerdas, puede rompernos, y entonces, lo único que quedará será un árbol vacío y un montón de corazones rotos.
Marta López Castaño.
1º Bachillerato E
No hay comentarios:
Publicar un comentario