miércoles, 15 de mayo de 2019

Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite también un día de sol


Nuestro compañero César Nogales nos cuenta cómo se desarrolló el pasado 8 de mayo la sesión de club de lectura con nuestros alumnos de 1º de Bachillerato. Como podéis ver, fue una experiencia muy gratificante para nosotros como profesores de Lengua castellana y Literatura, siempre a vueltas con ese empeño de acercar a nuestros alumnos a la palabra escrita de una forma amable: 

"Y llegó Coro Carrillo el curso pasado y nos preguntó que si Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite, resistiría hoy una lectura escolar. ¿Que si  es actual Nubosidad variable? ¿que si se leería hoy? Y lo dijimos todos enseguida: “Desde luego que este no es un libro de esos que todos leerían, azuzados por las listas de libros más vendidos, porque son páginas de ayuda, o de autoayuda, o páginas de novelas que sucedieron en el medievo y luego hacen la versión televisiva con muchos capítulos, o cinematográfica, que siempre es peor (sic) que el libro,  y que retratan calles sucias y ropas viejas”. Y cosas así. Esas fueron nuestras respuestas. Claro que no. Claro que este libro no responde al canon comercial, ni al canon escolar, que tanto cada día de cada curso se parecen. Este libro formaría parte de los libros clásicos. De los que sí importan mañana, después de haber sido leídos hoy. No, este no es un libro del actual canon escolar. Le dijimos que “esta no es de esas novelas de amor a las que dan premios en primavera y luego las mujeres leen en los vagones del metro, o del tren de cercanías antes de entrar en la gestoría, en la fábrica o en el almacén. No es una novela de esas por la que nos dan un ministerio de una semana; no es una novela de misterio, no de detectives, ni de ditropías. No, no es una de esa novelas de superventas que tanto se venden en los supermercados; no, no es una novela de tableta, ni de móvil. Es una novela de páginas que quieren ser amarillas como amarillas se pondrán las cartas y los cuadernos que las protagonistas se escriben. 

              Le dijimos también que Nubosidad variable sólo se puede leer junto a una taza de café o de té, o un vaso de güisqui. Nubosidad variable se lee en soledad, porque esta novela trae el ruido de la vida. Nubosidad variable quiere que se detenga la lectura de cuando en cuando, a mitad de una carta, a mitad de un cuaderno, a mitad de una página, y cerrar el libro marcando por dónde vamos con los dedos, y mirar hacia arriba para mira hacia adentro y pensar en lo leído que es lo vivido, y tomar aliento y cerrar los ojos y abrirlos y seguir leyendo para volver a caernos, para volver a parar. Así se lee Nubosidad variable. Por eso hay que leer como apenas ya se lee hoy: leer tomando sorbos de vida ( o de café, o de te, o de güisqui). Le dijimos que no sabíamos si hoy leeríamos Nubosidad variable porque los modos de leer están cambiando, y ya nadie lee como habíamos dicho. Y porque hoy ya nadie lee Cumbres borrascosas, que eso es quedarse enquistado. ¿Entonces, se leería o no se leería? Una historia de dos mujeres sentadas una frente a otra de cara al mar, junto al extremo de la barandilla” que “no parecían advertir la inminente llegada de la lluvia ni de la noche”. Mujeres iluminadas por un resplandor interno de serenidad. Y un papel que vuela y una palabra que se lleva el agua. Algunos sí queremos leer eso. La novela de dos mujeres. Sujetas a las inclemencias del tiempo. De su tiempo también. ¿Es Nubosidad variable una novela de su tiempo? O quizá es que el tiempo es siempre el mismo porque es siempre variable. Es una novela que leeríamos, como leemos libros que se mezclan con la vida. Una novela de personajes que son personas. Que cruzan sus miradas y no las sostienen, y por eso escriben (escribimos) cartas a sus (nuestros) pasados, que a veces se llama Sofía. Y hacerlo porque sale del alma. Así, escrito y vivido con estilo de mujeres ¿Que si escriben distinto? ¿Que si Carmen Martín Gaite escribe como mujer? Sólo es literatura femenima porque miran hacia otro lado (no al pasado -que al pasado miramos todos- sino al otro lado del pasado, donde las referencias se mezclan: de tiempo y de luz. Esa es la mirada femenina. La que dibuja un plano con los puntos cardinales de ayer: el N es un reloj; el S es una lámpara; en el E está “La boca del lobo”. El O guiados por el viento en la espalda de un poema de Pessoa. 






    ¿Se lee una novela como un grabado? El de una señora leyendo una carta, como si fuera Habitación de hotel de Edward Hopper.  Aunque parezca cursi. ¿Que si se puede leer esta novela hoy? Sólo la leerán quienes la lean para leer, es decir, para vivir, no para viajar en metro, sino adentro, muy adentro, donde está la tormenta. No parar seguir las modas que tanto nos alejan de los libros. No para haber leído. Para callar y aprender a guardar silencio. Todo eso fue lo que le dijimos a Coro Carrillo y así lo decidimos: el curso que vienen será lectura en bachillerato. Para volver a leerlo. Para hacer que lean. Para conseguir que se conozcan. Para buscarnos.


Y así fue que el pasado día 8 nos juntamos en la biblioteca Paco Morales, Mariluz Domínguez, Juana Yáñez, Toñi Izquierdo, Victoria RodrigoIsabel Ruiz (madre y compañera no sólo en el club), y Coro Carrillo. Y tantos y tantos estudiantes de Primer curso de Bachillerato. Todos estábamos allí escuchando a Coro Carrillo que nos habló de cómo llegó a Carmen Martín Gaite y cómo comenzó a estudiarla y cómo nació su tesis doctoral y luego su libro La visión de lo real en la obra de Carmen Martín Gaite (Cáceres, Universidad de Extremadura, 2010), y que nos ayudó a acercarnos a Nubosidad variable (Barcelona, Anagrama, col. Compactos, 1996) y así saber que forman parte de la realidad los sueños, los recuerdos del ayer que nos acompañan hasta hoy, la imaginación y la literatura. Nos ayudó a conocer los desdoblamientos y las metamorfosis de los personajes. Y así nos llevó de la mano a través de sus páginas, desde la primera a la última. Y ya cerrado el libro –nunca para siempre- nos permite reconstruir el espejo en que nos mirados desolados. Sí, durante toda la sesión las palabras de Coro Carrillo nos aclaraban, nos llevaban de la mano, pero a la vez (¡Qué raro!), eran alas que nos permitían volar sobre el libro para ver más allá.

Y recordamos que estábamos acostumbrados a leer literatura escrita por hombres que son SUJETOS que escriben a veces sobre mujeres que son OBJETOS. Y esta es una novela que está escrita por una mujer, Carmen Martín Gaite, que tienen un sujeto que son las mujeres, que hablan sobre ellas, sobre las amigas o sobre las hijas. Y así hace una literatura que reinterpreta a la mujer, y no para mostrar una literatura intimista, que si la hubiera escrito un hombre sería buena, pero si la escribe una mujer tal vez alguien diría que es algo empalagosa; si el lirismo es de hombres es … contenido; si el lirismo es de mujeres es desbordante. Y hoy hablar a veces de literatura de mujeres es hablar de literatura comercial. Femenina es la novela, sí, aunque Coro Carrillo nos recuerda que a Carmen Martín Gaite tampoco le gustaba este apelativo.
Rápido los alumnos, chicas, muchas chicas, chicos, muchos chicos, comenzaron a hablar de la novela.

Hablaron de lo difícil que les fue leer. De la estructura de la novela, de la dificultad por no ser capítulos breves contados por un narrador en tercera persona. Dos voces, la de Sofía y la de Mariana, que escriben dos tipos de textos distintos: cartas y cuadernos. Y esta es posiblemente la mayor dificultad. Ellos, nos dicen, leen siempre a salto de mata, con textos fáciles que avanzan más fácilmente todavía. Novelas en las que pasan cosas sobre todo por fuera de los personajes. Y aquí no que pasa está dentro de las protagonistas.

Y así y todo se levanta una alumna y dice que se siente reflejada en lo que lee, que entiende muy bien lo que dicen las protagonistas, que a ella, dice otra, le ha pasado lo mismo. Pero un muchacho también lo dice. Y así hablan de la amistad, de la amistad que dura para siempre, la verdadera, dice esa muchacha de la coleta con el cabello rapado. Y de la amistad que se rompe sin saber por qué. Y de la amistad que se rompe por falta de valentía, y la otra que dice yo no soy así, yo no hago eso. Y les pedimos que (¡jeje!) no hablen de ellas, de ellos, y hablen sólo de la novela. Y vuelven a contar cómo Sofía y Mariana se separan para siempre en primer curso de carrera y se vuelven a encontrar en una exposición (“la sorpresa es una liebre, y el que sale de caza nunca la verá dormir en el erial”). Y se invitan a la escritura y ponen encima de la mesa el tema de la comunicación, de lo difícil que es hablar con el otro, con la otra, y lo difícil que es contar. Por eso nos preguntamos si los problemas que se les plantean a las mujeres de Nubosidad variable son los mismos que los de las mujeres de hoy, tantos años después de haberse escrito.

También hablamos sobre las relaciones familiares, las de Sofía y su marido Eduardo. Pero también las de la madre con los hijos, Encarna, Lorenzo y Adela, tan distinta de las que tienen el padre con sus vástagos.

Mucho hablaron sobre las mujeres insatisfechas, por sus relaciones, por sus vidas, y no sólo las dos protagonistas, sino también las otras que aparecen en las páginas del libro.

Alguien comenta la diferencia entre Sofía y Mariana. Sofía Montalvo tiene la capacidad de transformar la vida, que es lo cotidiano, en literatura. Pero también tiene “la capacidad , que has tenido siempre, de convertir los locales más inhóspitos en un rincón grato para conversare, como si lo tocaras con varita mágica”. En otro momento habla de “como si estuvieras llamándome desde un jardín de cuento”. Y recuerdan el cuarto de Virginia Woolf. En cambio Mariana León huye de su vida, huye de ella misma y huye de las vida vividas. Y debaten sobre la diferencia entre la una y la otra. Y no se ponen de acuerdo, pero muestran conocerlas muy bien. Y hablan de ellas y hasta plantean un amor lésbico.

Luego otra chica, sentada allí atrás, dice que le han llamado mucho la atención las referencias literarias para explicar los mundos de Sofía y de Mariana: Bécquer, la Emily Brontë de Cumbres borrascosas, las canciones de Georges Moustaki, Flaubert, las comedias de Jardiel Poncela, la novela rosa de Carmen de Icaza, Valle Inclán (“¡Max, no te pongas estupendo!”), o la copla gitana, o el Poe de El Cuervo (“Nunca más, nunca más”), o la literatura que encierra el cine (Casablanca), o el conejo de la Alicia de Lewis Carroll, en un relato a veces “a perdigonadas” con palabras que “despegaban hacia exóticos territorios de ficción”. Habla de patrones de novela gótica o de caballerías. Para ser un Per Abat que narre lo que sucede. Los apuntes del cuaderno están dentro de Mar de fondo, la novela de Patricia Highsmith, y también Pessoa y Machado, y Jorge Manrique. Vida y literatura todo junto. Sin poder separarse. Juntos para siempre. ¡Vaya si lee bien esa muchacha, que a veces suspende en clase de lengua! Y juana Yáñez les recuerda laos textos que tienen que reconocer pronto, porque los han visto en Literatura universal.

Y se levanta otro, que apenas puede hablar y protesta porque no se le da la palabra para recordar el problema de la escritura: “Siga usted, señorita Montalvo, siga siempre”, decía don Pedro Larroque; “siga usted, señorita Montalvo, siga siempre”, repetirá Sofía Montalvo.

El tiempo se nos va. Y Coro Carrillo les recuerda la importancia de los espejos rotos, que aparecen muy pronto, como imagen, como expresión de lo que hay que reconstruir, que están en el collage y que hay que mirar desde fuera “para que el desorden se convierta en orden y tenga un sentido. Todo se entiende y aprecia de otra manera”. Y están muy de acuerdo y hablan de ello, se pisan la palabra, quieren intervenir y decir y hablar, y protestan, y protesta Paco Morales que, para ser fiscal (acusador) dice que sí, que todo muy bien pero que a él le sobran los cuadernos de Mariana León. Y nos reinos y aceptamos lo que dice, y le aplauden, y sabemos que lo dice para encender las palabras, esas que lo dicen todo.

Y tienen tantas ganas de hablar que cuando Coro Carrillo les habla de los desdoblamientos, ni hacen caso, siguen con los cuadernos y las cartas. Y alguien no se aclara, y uno le dice que se nota que no lo ha leído, y se vuelven a reír, todos, y están a gusto. Hasta el que parece que no ha leído. Pero alguien sí toma la palabra y habla de la madre y todos se ponen serios. Y aquella chica vuelve a hablar de las narraciones secundarias que se cruzan en lo principal. Es interesante cómo lo cuenta. Porque lo hace con sorpresa.

Les gusta mucho hablar de Guillermo, de Manolo Reina, de Eduardo, de Raimundo. De los hombres. Salvan, no todos, a Manolo. Pero también de Silvia y de Fefa.

Mariluz Domínguez nos recuerda aquel momento en el que Mariana León va llorando de rabia por la calle Aribau de Barcelona “mirando hacia los balcones y acordándome de Andrea, la protagonista de Carmen Laforet [Nada], que vivía por allí, y me gustaba imaginar que podía encontrármela y cogerme de su brazo como del de una amiga antigua. Tal vez estaba a punto de volver a aquella casa oscura donde vivían sus parientes, un ambiente opresivo que a ti, Sofía, te recordaba el de Cumbres borrascosas; […]”. Dice que es uno de los momentos más bellos de la novela. Y los chavales le dan la razón.

También recuerdan Sofía Montalvo estaba muy unida a su hija Encarna, cuando era muy niña, y busca unas fotos de esa época. “Ese trastero es símbolo del pasado perdido, y entrar en él es abandonarse al tiempo, recordar, aunque los recuerdos sean a veces dolorosos. El recuerdo de ese verano lleva a la protagonista a una reflexión sobre el paso del tiempo y sobre el vértigo que produce el desajuste entre el tiempo real y el tiempo de la escritura.

Coro Carrillo nos recuerda cómo Mariana León se desdobla en “la doctora Jekyll León”. No es otro sino el personaje de la obra de Stevenson El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde. Y todos asienten. Y estamos muy contentos.

También habían hablado de Mariana León llamando a Sofía Montalvo y alguien lee “que no puedo esperar más para oír tu voz, ni un minuto más, que es imbécil seguir reprimiendo una apetencia tan indiscutible y espontánea, en nombre de tiquismiquis de amor propio”. Pero uno le dice que eso es de un sueño.

En fin. Que hemos leído juntos. Que hemos aprendido de los alumnos, que las lecturas difíciles no son fáciles pero nos hacen más fácil la vida porque nos ayudan a conocernos. Que estamos solos en una habitación de hotel leyendo las cartas y los cuadernos de nuestra vida y que a veces llaman a la puerta. Que no hay WhatsApp que pueda contar esto.

Y nos despedimos con un aplauso.

Nos gustó ser profesores. Y tener estos alumnos.
Gracias"


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