Preparando ya nuestra celebración del Día de la Mujer, os propongo la lectura de este artículo de la poeta costarricense Ana Istarú (San José de Costa Rica, 1960). Yo he llegado a ella a través de Irene Sánchez Carrón, quien recomienda la lectura de sus poemas en algunas de las entrevistas que le han hecho. Pero hoy vamos a sonreír y a reivindicar la condición femenina con la lectura de este artículo. Espero que os guste.
Una cartera de mujer. Al fondo brilla algo así como el botín de un loco.
Ana Istarú
Cuando crecí me
enteré de ello por dos cosas: dejaron de darme un confite al
traernos la cuenta en el restaurante Los Anonos, y empecé a andar
por el mundo esposada a una cartera de mujer.
Una cartera de mujer
es una especie de pequeño animal de cuero que, a juzgar por su
contenido, pareciera haberse tragado el mundo. Guarda en su tripa una
extensa variedad de objetos personales y otra extensa variedad de
objetos surrealistas.
De hecho, es la
víctima preferida de muchos chistes masculinos. Los caballeros, las
manos libres, una billetera escasa y un peine en el bolsillo trasero,
transitan por el mundo "ligeros de equipaje". Y no pueden
evitar sonreír cuando una cartera de mujer abre sus fauces y al
fondo de su entraña brilla algo así como el botín de un loco. Que
paso a detallar: pañuelos desechables, azúcar dietética, lapicero,
lápiz de labios, lápiz de cejas, lápiz de ojos, otro lapicero por
si el primero falla, pastillas para la calentura de los niños, para
la gripe del marido, para no tener más niños, fotos de los niños
que ya se tuvieron, foto del marido que todavía se tiene, recibos
múltiples por pagar, dinero para pagar los recibos, tarjeta de
débito porque el efectivo no alcanza, tarjeta de crédito porque la
de débito ya no echa, hilos y aguja, anteojos de sol para no
arrugarse el entrecejo, confites para el aliento, confites para los
niños, confites para el dolor de garganta y los cigarrillos que lo
causan, espejo, cédula, cepillo, celular, un diente de leche, la
lista de las compras, la lista de materiales para artes plásticas,
el bichito de peluche que se cansó de cargar la niña, las cartas
del correo que se cansó de cargar el marido, la medicina para
desparasitar al gato, la medicina que le encargó la suegra. Cuatro
canicas, cuatro curitas, cuatro gacillas. Una foto de una isla griega
del anuncio de una línea aérea de una revista de la sala de espera
del dentista. Un calmante.
Quizás, pienso,
algún día, cuando a los hombres les incumba como asunto propio el
bienestar de los demás, los lazos afectivos, la fiebre de los niños,
la vesícula de su madre, la salud reproductiva de la familia, cuando
tengan la cortesía de preocuparse más por su apariencia, cuando no
dependan de una mujer para que no les corten la luz, pesará menos
una cartera.
En la isla griega de
la foto, (podría ser, lo mismo da, isla Tortuga; amigos extranjeros
me han dicho que es preciosa), una mujer sonríe a ojos cerrados bajo
el mismo sol que bronceó a Palas Atenea y a Afrodita. Y no lleva
cartera.
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