Este último mes de curso (que por fin llegó !!!) el artículo del mes de junio nos trae al siempre didáctico Jose Antonio Marina con un artículo
de su libro "La educación del talento".
En él se dirige especialmente a padres y educadores para ayudarles a buscar ese "talento" flexible que aprende continuamente y se adapta al continuo cambio del mundo actual. Espero que os guste.
Gema Redondo
En él se dirige especialmente a padres y educadores para ayudarles a buscar ese "talento" flexible que aprende continuamente y se adapta al continuo cambio del mundo actual. Espero que os guste.
Gema Redondo
LA EDUCACIÓN DEL
TALENTO
¿Y
ESTO SE PUEDE APRENDER?
¿No
es el talento una cualidad heredada? La polémica entre herencia
y educación es muy antigua. Es evidente que los niños nacen
distintos, con características diferentes. Pero según la opinión
científica más ampliamente aceptada, la inteligencia depende a
partes iguales de la herencia y de la educación. Y eso, en un niño
sano, deja abierto mucho espacio de juego. No todos nacen igualmente
dotados, pero lo importante es que desarrollen al máximo sus
capacidades.
Suelo
contar a mis alumnos más jóvenes que la inteligencia humana se
parece mucho al juego de póquer. Tanto en la vida como en el juego
se nos reparten unas cartas que no podemos elegir. Genéticas,
sociales, económicas, en un caso; naipes, en el otro. En ambos casos
hay cartas buenas y cartas malas, y no hay duda de que es mejor
tenerlas buenas que malas. Pero ahora viene la pregunta importante:
¿gana siempre quien tiene las mejores cartas? No. Gana quien juega
mejor con las que tiene. Eso es lo que podemos hacer mediante la
educación: enseñar a jugar bien. Todos
deberíamos hacernos una pregunta: ¿por qué, si los seres humanos
somos tan inteligentes, hacemos tantas tonterías? Ser el único
animal que tropieza diez veces en la misma piedra es un dudoso honor.
Saber usar bien la inteligencia es nuestro gran poder.
El
objetivo de este libro es explicar cómo funciona esa inteligencia
práctica, no para detenernos en el conocimiento, sino para extraer
de él conclusiones educativas, para gestionar mejor nuestras propias
vidas. […] Si reflexionamos sobre nosotros mismos, veremos la
conveniencia de pensar en nuestra inteligencia como dividida en dos
niveles. El primero de ellos es es una gigantesca sala de máquinas,
donde se trabaja continuamente con la información que se recibe y
con la que se tiene almacenada. En ella se producen sentimientos,
ideas, deseos, que se hacen conscientes y acceden al nivel superior,
donde son evaluadas por un sistema evaluador que las acepta, las
rechaza, bloquea el paso a la acción o actúa. Para hacerlo,
necesita utilizar distintos criterios de evaluación.
Al
primer nivel de la inteligencia, a esa maravillosa fuente de
ocurrencias, […] prefiero llamarla inteligencia
generadora,
porque es la fuente, la matriz de toda nuestra vida consciente. Al
segundo nivel, es decir, a la inteligencia que supervisa, evalúa y
dirige la acción, la llamaré, siguiendo la terminología habitual
en neurociencia, inteligencia ejecutiva.
Éste
es el núcleo de mi teoría de la inteligencia y del programa
educativo que expondré en esta colección. Nos permite situar con
precisión nuestros objetivos educativos. Cualquiera que sea el
hábito que deseemos fomentar, podremos referirlo a uno de los dos
niveles de inteligencia. Si queremos educar las buenas ideas, el
pensamiento creativo, el mundo afectivo, el optimismo o pesimismo, la
motivación, nos estamos refiriendo a la inteligencia generadora.
En ocasiones, los pedagogos
dirigen a padres y docentes consejos que no hacen más que hacerles
sentir culpables: “hay que despertar en el niño el deseo de
aprender”, “es preciso fomentar la autoestima”, “es necesario
que sepa resolver los problemas con creatividad”, “conviene que
se enfrente al futuro con optimismo”, etc. Todas esas son
respuestas afectivas que no podemos transferir al niño, que deben
emerger dentro de él, que brotan de su inteligencia
generadora. La educación se
convierte, por lo tanto, en “educación de la inteligencia
generadora”.
En
cambio, otras veces deseamos que que el niño o el adolescente no sea
impulsivo, que sea capaz de mantener el esfuerzo, que dirija su
acción mediante proyectos bien pensados, y que sepa regular sus
emociones y actuar libremente. Estamos hablando de la
inteligencia ejecutiva. El
segundo gran objetivo es la educación de esta inteligencia y de los
criterios que han de guiarla. […]
¿Quién
no va a querer tener ideas brillantes, sentimientos animosos y
alegres? ¿Quién no querría tener la valentía y perspicacia para
proponerse metas adecuadas, y tenacidad e ingenio para alcanzarlas?
La
educación se convierte en la gran esperanza.
“La educación del talento”.
Jose
Antonio Marina.
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