Ebiblio Al-Qázeres

lunes, 2 de noviembre de 2020

LA BIBLIOTECA DE MI INFANCIA. Francisco A. Morales Camacho.

 

LA BIBLIOTECA DE MI INFANCIA

(homenaje a la biblioteca del Palacio de la Isla).

 

Por Francisco A. Morales Camacho

 

     El primer recuerdo que tengo acerca de las bibliotecas se remonta a mediados de los años 70. Yo era un niño de tan solo 7 u 8 años, no más. Me viene a la cabeza aquel primer verano en que mi padre me acompañó a un edificio muy antiguo, cercano a la Plazuela de Santo Domingo, que se llamaba el “Palacio de la Isla”. Aún puedo sentir el frescor que guardaban sus anchos muros, una temperatura ideal para esos calurosos veranos cacereños en los que los niños como yo no iban nunca de vacaciones. Al principio, mi padre me llevaba hasta allí por la mañana, alrededor de las diez o las once, y más tarde, a mediodía, pasaba a recogerme, hasta que confiaron en mí para pudiese ir y regresar solo a casa.

     Sé que la memoria es selectiva y uno recuerda la realidad tal y como la ha desarrollado en su mente, sin que en ocasiones se ajuste a lo vivido; sin embargo, en este caso, puedo asegurar que las sensaciones que yo sentía durante aquellas mañanas en el salón de lectura de esta biblioteca permanecen intactas en mí. Allí me acerqué no solo a las apasionantes novelas de aventuras que tanto me gustaban a esa edad (La isla del tesoro, Las aventuras de Tom Sawyer, o las de Huckleberry Finn, Veinte mil leguas de viaje submarino, Ivanhoe… ) , sino también a libros a los que yo habitualmente no tenía acceso y que, en aquellos tiempos sin Internet ni apenas canales de televisión, resultaban del todo apasionantes: libros de animales, de plantas, libros sobre países y continentes del mundo, atlas, libros de manualidades (que siempre me llamaban la atención, si bien era malísimo con los trabajos manuales)… Y descubrí un personaje que me encandiló de por vida: Tintín. Durante un verano, mi vida cambió vinculada a las aventuras de este personaje bajito que siempre iba acompañado de un Fox Terrier de pelo blanco, su inseparable Milú. Y el Capitán Haddock, los Hernández y Fernández, el Profesor Tornasol… Con Tintín viajé a la luna, al fondo del lago de los tiburones, a América, al país del oro negro, pasando por el Tibet. Y tras Tintín fueron otros muchos los personajes que, verano tras verano, se sumaron a mi larga lista de amigos: Asterix, Los Cinco, Los tres investigadores. Veranos insuperables, en definitiva, en aquella sala de la biblioteca del Palacio de la Isla, en la Concepción, en la sala fresca donde se respiraba mucha paz  y se disfrutaba del silencio lector, sobre todo propiciado por la disciplina impuesta por la bibliotecaria de gesto severo que miraba por encima de sus gafas tras el mostrador de madera oscura.

     Fue en 1953  cuando la Biblioteca Pública, procedente del Instituto de Segunda Enseñanza, primera sede que tuvo en Cáceres, junto a la iglesia de la Preciosa Sangre, se trasladó al  Palacio de la Isla, donde compartiría edificio con el Archivo Histórico Provincial, hasta que en 1983 pasó a ocupar de forma independiente el edificio actual, junto al Hospital “Virgen de la Montaña”.  El Palacio de la Isla fue construido en el siglo XVI en estilo renacentista, en el lugar donde anteriormente se ubicaba la sinagoga de la Judería Nueva. Recibe su nombre debido a que durante el siglo XVIII sus propietarios ostentaron el título nobiliario de marqueses de la Isla. En la actualidad, el palacio es propiedad del Ayuntamiento de Cáceres y se utiliza como centro cultural y para la realización de diversos actos y exposiciones.

     Seguramente seremos muchas las personas de mi edad o un poco mayores a las que este artículo les haya traído buenos recuerdos de una vida muy distinta, en la que teníamos mucho menos que ahora, y en la que los libros hacían felices de verdad a un niño. Bien podría concluir, emulando a Antonio Machado, diciendo algo así como que “mi infancia son recuerdos de un patio de biblioteca…”.

 


 

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