Ya tenéis este estupendo ENSAYO en la repisa de NOVEDADES de nuestra Biblioteca. Nuestro compañero César L. Nogales nos regala esta apasionante reseña.
Muchas veces hablamos de libros, que es otra manera de seguir leyéndolos. Y así, nos invitamos a hacer lecturas, y las ponemos en común, que es como decirles a los otros cómo los libros nos impregnan (los libros manchan), cómo nos acarician (los libros nos cuidan), cómo nos hieren (los libros son también dentelladas). Pero los libros nos defienden de la fugacidad y el olvido.
Y hablamos del que hoy traemos a esta página: El infinito en
un junco, de Irene Vallejo. Se subtitula La
invención de los libros en el mundo antiguo. No es la
historia de la escritura, que también; no es la historia de la
lectura, de la que habla constantemente: es la historia del libro,
desde aquellos jinetes que buscan libros para llevarlos a la
biblioteca de Alejandría, para ese proyecto universal de Alejandro,
que luego le llamamos Magno. Alejandría es la ciudad de los
placeres y los libros. Y allí, junto a Faro, trató de conseguir
todos los libros del mundo para su Gran Biblioteca de Alejandría.
Perseguía el sueño de una gran biblioteca absoluta y perfecta, para
reunir todas las obras de todos los autores desde el primero, bajo la
ordenación aristotélica de Demetrio de Falero, y luego el
padre de los bibliotecarios Calímaco de Cirene, creador de
los Pínakes, “tablas”. Y desde entonces los libros están
con nosotros, y, como señala Umberto Eco son perfectos: como
la cuchara, el martillo, la rueda, el paraguas, los cordones de los
zapatos o las tijeras. “Una vez inventado no se puede hacer nada
mejor”. Alejandro, que lleva siempre en un pequeño cofre un
ejemplar de la Iliada, es ambicioso: busca la fama y la
admiración.
Pero eso acaba. La envidia hace que muera asesinado por sus
lugartenientes, entre ellos Ptolomeo, que quiso seguir con su
sueño.. Y Egipto, poseedor de la planta del junco del papiro, es
riqueza. El papiro de ayer como el coltán de hoy. El que lo tiene
domina el mercado. No en vano la palabra papiro tal vez tenga la
misma raíz que faraón. En aquella biblioteca se juntaban los
lectores que leían siempre en voz alta, para todos, y todos se
llenaban de los que algunos leían. Hoy lo que leo, lo que leemos es
sólo para mi, para nosotros, lectores silenciosos.
Esta fue la primera gran biblioteca en el primer museo. Luego
vendrían las otras, y los otros. Iguales y tan diferentes. Aquí es
donde arranca este ensayo que nos ha fascinado. Luego vendrán las
tablillas de arcilla y las de madera recubiertas de cera, y más
tarde el pergamino, que desplazó la cultura hasta Pérgamo, y el
papel que crearon los chinos y … Pero antes, ese junco que permitió
recoger las palabras en alfabeto primero imposibles y después
fáciles, para llegar a todos, un alfabeto sin ambigüedades, hermano
del fenicio.
Irene Vallejo ha escrito un ensayo con el que ha ganado un
rápido prestigio que va de boca a oído (“¿Oye, has leído ese
ensayo sobre…?”) y que es imparable, que lo hemos de leer
todos como el que lee un cuento, una narración, que desde el pasado
griego y también romano nos lleva, y nos trae, al presente en el que
también están presentes los libros. Eso hace, un ensayo al modo
del ensayo inglés, tan poco español, que hace que la reflexión no
sea sobre el pasado del libro, sino que, con una prosa siempre
poética, nos habla, del ahora, de este momento presente de lectores.
Y hacemos un viaje, y lo que se muestra se enseña con las palabras
de la poesía, del ritmo, de la sugestión, de encanto de las
palabras. Porque las palabras también encantan, y sin los libros,
nos dice Irene Vallejo, “las mejores cosas de nuestro mundo
se habrían esfumado en el olvido”.
Este libro y esta autora merecen que, con silenciosa voz, nos
acompañen, para traernos la dulzura de las palabras, y su ritmo, y
la risa que viene de la mano del humor, y la rabia ante la
destrucción y el dolor, y la templanza, y la paciencia, y el rigor,
y el dejarse persuadir por digresiones que no nos alejan de los que
se cuenta, sino que nos sumergen en la historia de lo que se escribe
y narra. Porque este ensayo, sí ensayo, es una narración. La mejor
de mucho tiempo, que ahora está en nuestra biblioteca. Gracias por
traerlo. Ahora sí que es más infinita.
César L. Nogales
Departamento de Lengua castellana y Literatura
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