Cualquier texto, oral o escrito, en cualquiera de los diversos lenguajes artísticos, habría sido válido y oportuno para celebrar un año más el Día de la Biblioteca. No obstante, e incluso sin querer adoptar una postura demasiado dramática y sentimental, si echamos la mirada sobre nuestra realidad más cercana y actual y contemplamos el ambiente de confrontación, cuando no de verdadera lucha y enfrentamiento violento que la dominan, la imagen que cobra más fuerza en nosotros es la de los libros como símbolo de unión, de diálogo y de encuentro. Este poema de Auden, propuesto por nuestra compañera de Francés Emilia Oliva, una de las más celebradas "versiones homéricas" en lengua inglesa, se convierte por eso hoy para nosotros en un himno al entendimiento. Recrea lo que se nos cuenta en el Canto XVIII de la Ilíada, cuando la poderosa diosa Tetis visita a Hefestos (Vulcano) para pedirle que forje nuevas armas, entre ellas el escudo, para su hijo Aquiles después de que Patrocolo las perdiera en su duelo con Héctor. (...).Como señala el poeta y ensayista Alejandro Oliveros (http://prodavinci.com/blogs/w-h-auden-el-escudo-de-aquiles-por-alejandro-oliveros-1/), el poema de Auden es un lamento ante una sociedad deshumanizada, que parece estar escrito para tantas realidades del siglo XXI. Os invitamos a que disfrutéis de su lectura y a que sirva en la medida de lo posible como estímulo para el diálogo y la solución racional y humana de cualquier tipo de conflicto.
El
escudo de Aquiles, de W.H. Auden
(traducción
de J.M. Valverde)
Ella miró por sobre el hombro de él,
en busca de viñedos y de olivos,
marmóreas ciudades bien regidas
y naves por los mares sin domar,
pero allí, en ese fúlgido metal,
las manos de él habían puesto,
en cambio,
un desierto creado por el hombre
y un cielo como plomo.
Una
llanura sin nada, despojada y parda,
sin un tallo de hierba, ni señal
de viviendas,
sin nada de comer, nada donde
sentarse;
pero, agolpada en ese vacío, se
erigía
una gran multitud incomprensible,
sin expresión, aguardando algún
signo.
Desde
el aire, una voz sin rostro demostró,
a fuerza de estadísticas, que era
justa una causa,
en
tonos tan monótonos y secos como el sitio:
nada se discutió y nada se
aclamó;
columna tras columna, como nube
de polvo
se fueron alejando, soportando
una fe,
llevados por su lógica a otro
sitio, al dolor..
Ella miró por sobre el hombro de
él,
en busca de piedades y de ritos,
tal vez terneras blancas con
guirnaldas
de flores, libación y
sacrificio;
pero allí, en el fúlgido metal,
donde el altar debía levantarse,
vio a la luz chispeante de la
forja,
una escena diversa.
Alambradas
cercaban un lugar arbitrario,
donde unos funcionarios,
bromeando, se aburrían
y
unos guardas sudaban bajo el cálido día:
mucha gente decente y respetable
miraba desde fuera, sin moverse
ni hablar,
tres pálidas figuras sacadas y
amarradas
a tres postes clavados en el
suelo.
La masa y majestad del mundo y
cuanto tiene
en sí algún peso y siempre pesa
igual
quedaba en manos de otros; ellos
eran pequeños,
no esperaban ayuda, y no les
llegó ayuda:
lo que sus enemigos querían se
cumplió;
su vergüenza fue horrenda, y perdieron su orgullo,
muertos como hombres antes que
murieran sus cuerpos.
Ella miró por sobre el hombro de él,
buscando atletas en sus juegos,
una danza con hombres y mujeres,
moviendo sus suaves miembros
en la música, vivos, vivos;
pero allí, en el escudo refulgente,
no pusieron sus manos un suelo
en que bailar,
sino un campo ahogado de
hierbajos.
Un
golfillo andrajoso, sin rumbo y solitario,
vagaba por aquel vacío; un
pájaro
voló para salvarse de su piedra
certera:
que se viola a las chicas, que a
uno dos le apulañan,
eran para él axiomas: él nunca había
oido
de ningún mundo donde se cumplan
las promesas,
o alguien pueda llorar porque hay
otro que llora.
Aquel armero de apretados labios,
Hefesto, se marchó renqueando;
Tetis, la de brillantes pechos,
consternada, clamó
al ver lo que aquel dios había
forjado
para satisfacer a su hijo, el
fuerte Aquiles,
el de corazón férreo, el matador
de hombres
que ya no viviría mucho.
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